Y tras el diluvio llegó Coldplay

Publicado el lunes, 21 de mayo de 2012

Dejando a un lado la otrora boyante puntualidad británica, Coldplay saltó al escenario entre el júbilo de un público que había tenido graves dudas de la compatibilidad de las tormentas y el Mylo Xyloto Tour. Nada de rencor por la media hora larga de expectación, ni por la incautación colectiva de paraguas a las puertas del templo rojiblanco. Con la marea a su favor, Chris Martin y los suyos sumergieron durante una hora y cuarenta a unas 50.000 personas en el delirio colectivo en el que han convertido su gira por campos de fútbol de todo el mundo. El viernes arrancaron en el Estádio do Dragão y llenarán las gradas de medio mundo hasta después del verano.

Si de algo sirvió el concierto de Coldplay de anoche fue para corroborar el definitivo adiós a la introspección de Parachutes y A rush of blood to the head. Sonó lo justo y necesario de cada uno de estos discos, con un Chris Martin cada vez más cómodo en su cliché de líder de masas. Y es que el marido de Gwyneth Paltrow ya no es ese veinteañero con la careta de eterno depresivo y al borde de cometer una locura. Es un personaje influyente, un chico de camisetas de tendencia, un gurú de la felicidad y un enamorado de los escenarios. Y quien siga viendo un ligero parecido con Bono, directamente, no sabe de qué habla.

El show fue un despliegue de fuegos artificiales, luces y pulseras con hashtag iluminadas controladas a distancia, con el único objetivo de excitar a un público ya conducido al borde del éxtasis. Un terremoto multicolor agitado a cada golpe dictado por las guitarras o la batería y magnificado por cinco pantallas que proyectaban tiros de cámara imposibles. Todo ello al servicio de un repertorio selecto de veinte temas sibilinamente hilados.

El arranque tuvo mucho de autoreferencia, de homenaje compositivo, pues quitaron los plásticos de los altavoces con el reciente e hipnótico "Hurts like heaven", para remontarse armoniosamente y dibujar los desgarros de un "In mi place" poderosamente alegre. Saltos y éxtasis en el Calderón. Como quien no quiere la cosa, dejaron la cuña de "Major minus", una canción que reconozco que me deja tibio; y "Lovers in Japan", uno de los cortes menos valorados por el común de los amantes del grupo británico. Veinte minutos de euforia y saltitos aderezados; para rápidamente aferrarse a la parte más melancólica: "The scientist", "Yellow", "Violet Hill" y "God put a smile". Piano, luces tenues y muchos flashes dirigidos hacia un instrumento pintarrajeado y andrajoso, pero igualmente carismático.


¿Y luego? Pues hubo mucha guitarra y algo menos de lo previsto de la senda electrónica que parecen investigar desde X&Y. Se sucedieron la inclasificable "Princess of China", "Up in flames", "Warning sign" y "Don't let it break your heart", canciones separadas por una década, pero mucho más cercanas de lo que parece. Y a partir de aquí, locura colectiva insuflada por los grandes himnos de los últimos tres años, con mucho "lo, lo, lo" y acordes contagiosos. Hablo de la polémica y optimista "Viva la vida", seguida de la desacomplejada y reminiscente "Charlie Brown" y una versión hermosa y plagada de licencias de "Paradise".


Y la recta final: acústico al fondo de la pista y entre la muchedumbre para "Us against the world" y "Speed of sound", dos canciones que nada se parecieron a la versión que se marcaron los británicos en ese escenario de diez metros cuadrados. Mágico. Bocanada de aire y recta final a cargo de las tres mejores maneras de entender a la banda. "Clocks", una orgía musical ya convertida en un clásico que aguantará el envite del tiempo; la camaleónica y mil veces reinventada "Fix you" y, cómo no, "Every Teardrop is a waterfall" la multicolor forma de entender el futuro y la conexión con los que están por llegar.

Anoche llovió y mucho. Nos empapamos de agua, de excelente música y del buen hacer de un grupo que se  entrega a sus fans en cada canción. Porque si de algo no se pudo acusar a Coldplay anoche es de no saber mover a su antojo al público o de parecer demasiado encorsetados. Unos fans que, al menos una parte, tiraban mucho de tarareo y de sobrevalorar un buen puñado de himnos que, por otro lado, sobrevivirán a esta década.
Mylo Xyloto Tour es un producto muy medido y listo para consumir, con un contenido cuidadosamente elaborado y envuelto con gran gusto. Estaba claro que nada iba a quedar de la mano de la improvisación pero se pierde algo del encanto de cuando conocí a esta banda hace ya más de una década. Sin duda, anoche fue una de esas noches mágicas que se guardan en el cajón, de esas que unen a quien estuvimos allí sintiendo lo mismo. Cierro a los ojos y siento que he cerrado un ciclo, que ya no soy aquel chaval que estudiaba el selectivo a golpe de Parachutes. Y eso es bueno.

Como la calidad de las imágenes de mi móvil dejan mucho que desear, y especialmente de noche, tiro de las instantáneas de un profesional como Gorka Lejarcegui para El País. Muy recomendables todas.

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