Cómo corrí con vuestra madre

Publicado el martes, 13 de agosto de 2013

"Kids, in the summer of 2013, I started running. But not for sport, but for love"

Éste podría ser el inicio de una de esas conversaciones en las que, con una locución clásica de una voz en off, me dirigiría a unos supuestos hijos en un momento (muy) futuro. Seguramente, ellos permanecerían sentados en un sofá y con cara de aburrimiento. Tras ésta, caerían unas cuantas historias repletas de locuras de amor cometidas por su padre para conquistar a su madre, aunque probablemente no dé para nueve temporadas.

El caso es que desde hace unos días he empezado a correr, aprovechando esta suave verano y, sobre todo, como animador de Cris. "Tú corres, yo te apoyo", al menos en un principio (como en la vida, descubres que cada uno tiene un ritmo y no todo es tan fácil). Y tengo algunas ideas. Como por ejemplo que el running me parece un deporte estúpido, simple, anodino y perjudicial para prácticamente todas mis articulaciones, pero absolutamente adictivo. Algo así como esos que comen tizas o se preparan un vaso de leche con detergente en aquel programa de la tele. La clave está en que un día puedes arrastrarte cual cucaracha coja durante 3.000 metros y dos meses después acabar tu primera media maratón. O al menos ésa es la sensación que tienes mientras intentas que tu pie izquierdo no pise a tu pie derecho y acabes rodando por el suelo.

No hago esto porque sea un moderno y haya sucumbido a la penúltima tendencia en la ciudad (que por cierto, en Vigo es así). De hecho, voy con ropa no demasiado conjuntada del Decathlon y unas Nike bastante apañadas para lo que pagué. Una inversión económica mínima y un esfuerzo titánico para motivarme en esta travesía por Castrelos, un hermoso parque arbolado que sirve de pulmón a la zona de Vigo en la que vivo. Los inicios fueron duros, gracias especialmente a unas zapatillas de trekking que a punto estuvieron de costarme los pies y mi peregrina idea de correr con vaqueros (que rápidamente me quitaron de la cabeza). Ya veis, de moderno nada, para ser un anti-héroe sólo me falta la camiseta de Jack Daniel's.

No os vayáis a creer que tengo un buen ritmo; digamos que Bolt aún me saca unas cuantas décimas. Debo mejorar la forma en que tomo aire, para que mi respiración no recuerde a la de un bulldog francés: lastimosa, excesivamente revolucionada y al borde del colapso. Pero, tres semanas después de haber empezado, ya empiezo a coger velocidad de crucero. Parece una tontería, pero he creado una rutina, intento ponerme pequeños retos y hasta he conseguido que no me adelanten algunos niños. Pundonor, vaya. Ya sólo falta que el lluvioso invierno vigués no dé al traste con mis buenas intenciones de pisar pista tres veces por semana. Y si así fuera, al menos podré contar que yo corrí por amor.

En imagen, las bambas made in Thailand que me acompañan en esta aventura. Entre vosotros y yo: ni ellas mismas se creen lo que me está durando esta fiebre deportiva.

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